Los políticos han visto por fin recompensada su ardua tarea de comerle la cabeza a la gente para que los coloque en el preciado sillón y ya descansan en sus asientos mientras alguno de ellos, el menos afortunado de la sesión, habla en el estrado.

Este hecho es más acusado en el senado, el cual se ha ido convirtiendo en un lugar de prejubilación de políticos y políticas, o como los más malintencionados le llaman un cementerio de dinosaurios, y como si se tratara de señores mayores en un parque dando de comer a las palomas, los senadores y senadoras pasan las mañanas sentados en los asientos, mirando al limbo, el móvil o simplemente dando cabezadas mientras cambian de postura cada pocos minutos.

Hemos podido hablar con uno de ellos, que no ha querido que trascienda su identidad pero que dice hablar en nombre de todos ellos, sus palabras son las siguientes:

«La primera propuesta que hemos tratado y adoptado ha sido la de cambiar de una vez por todas estos sillones fijos por otros abatibles mucho más cómodos y que nos permiten descansar mejor, así se consigue por el mismo precio que sus señorías acudan al congreso, que esto a partir de las 12 parece un desierto».

«Entre los pocos que vienen y los que se van a esa hora se queda el presidente y al que le toca hablar, aunque ya más de uno llega con una grabadora, la pone a funcionar y se va al bar a tomarse un copazo mientras ésta habla».