Otro caso de deportista frustrado nos llega de la mano de Javier Flojito, un entusiasta cuarentón que viendo el repentino declive que algunos se empeñan en llamar el ocaso de la madurez, decidió apuntarse al gimnasio de su barrio aprovechando el mes de prueba gratis que habían ofrecido en promoción.

Javier, ataviado con un chándal de lana y las botas de cuando jugaba al fútbol sala en el año 2000, entró por las puertas del gimnasio el primer día y notó un tufillo que ya le echó para atrás, sin embargo decidió darse un paseo entre las máquinas mientras intentaba descifrar la forma correcta de usar aquellos artilugios de tortura.

Desconcertado pasó de una sala a otra sin decidirse a nada, pese a que los monitores le insistían en que se apuntara a tal o cual actividad.

Al llegar a la piscina pensó, «esta es la mía» y allí que se tiró de bomba. Pero poco más. Tras dos horas en el gimnasio dando vueltecitas decidió que ya era hora de marcharse para su casa donde le esperaba una pizza en el congelador y una buena película de Netflix.