Con motivo del nuevo curso escolar, son muchos los retoños que son arrancados por primera vez de los brazos de sus padres para cursar el que será el primer año de sus prósperas carreras en la vida, bueno, prósperas o lo que cada uno vaya pudiendo.

Pero este hecho tan traumático, según hemos podido conocer, afecta más a los padres y abuelos que a los propios niños, que si bien lloran por el traumático acto de ser separados de los seres que les han protegido desde el nacimiento, pronto envueltos en una sonora banda de berrinches más altos si cabe que los suyos, van diluyendo sus emociones hasta sentir por primera vez en sus vidas eso de, mal de muchos consuelo de tontos.

Sin embargo, fuera, en el bar, la peluquería o comercios vecinos, los adultos lloran desconsolados por las posibles consecuencias emocionales que sus peques podrían acarrear de por vida y echarles en cara llegada la adolescencia, época dicho sea de paso en que muchos padres lloran suplicando para que los hijos salgan un ratito con los amigos y los dejen tranquilos.

Sea como sea, esa frustración, aseguran los psicólogos, decrece con los años y algún curso después esos mismos padres están deseando que llegue al primer día de colegio para arrojar, casi con el coche en marcha a los hijos dentro de la escuela y poder descansar al menos esas horas de la mañana.